domingo, 22 de noviembre de 2020

Mapa conceptual sobre los pueblos germánicos

 Los germanos habían emigrado hacia el imperio desde el siglo III d.C, debido a la necesidad de obtener nuevas tierras ante un constante aumento de población. Este ingreso fue pacifico, pero luego, a fines del siglo IV y sobre todo en el siglo V d.C, muchos pueblos germanos se abalanzaron sobre los territorios romanos, presionados por los hunos. 
La situación se hizo aún más grave para el Imperio Romano de Occidente cuando los hunos, bajo el mando de Atila, invadieron el Imperio. Durante estas invasiones, las ciudades fueron saqueadas y las rutas comerciales bloqueadas, por lo que la mayoría de sus habitantes huyeron al campo, dando inicio a un proceso típico de la Edad Media denominado ruralización. 
Luego de la derrota de Atila, en 451 d.C, lo cual fue el último logro militar del Imperio Romano occidental, los hunos salieron de Europa occidental, de vuelta a las estepas asiáticas, pero los germanos ya estaban instalados en las distintas provincias del imperio. Cuando un jefe tribal germano derrocó al último emperador romano, en 476 d.C, se puso fin a una situación de hecho: los germanos estaban firmemente instalados en Occidente. 
El Imperio Romano occidental ya no existía.





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domingo, 15 de noviembre de 2020

Clases de determinantes y clases de pronombres






Clases de determinantes

Clases de pronombres

Esquema general de la morfología en español



 

miércoles, 4 de noviembre de 2020

domingo, 4 de octubre de 2020

Mapa conceptual sobre el léxico español


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jueves, 7 de mayo de 2020

Mapa conceptual sobre los sistemas económicos



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lunes, 30 de marzo de 2020

Cuestionario sobre el vídeo de La expedición de Fernando de Magallanes

El cuestionario se rellena aquí mismo. No hay que escribir las preguntas en el cuaderno.
 Cuando respondáis a todas, debéis darle al botón enviar (submit)

sábado, 28 de marzo de 2020

Ánimo y fuerza a todos

El claustro de profesores del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta quiere mandaros a todos un mensaje de esperanza y de ánimo. Porque esto lo vamos a superar trabajando juntos quedándonos en casa. Cuidémonos para cuidar a los demás. Como dice Marta Fombuena, el arcoíris sale después de la lluvia. Y es que esta crisis nos está enseñando que a veces tenemos que guardar las distancias para poder seguir UNIDOS. UN ABRAZO VIRTUAL A TODOS Y A TODAS.

 

viernes, 27 de marzo de 2020

El corazón delator, de Edgar Allan Poe, con cuestionario


¡Es verdad! Soy muy nervioso, horrorosamente nervioso, siempre lo fui, pero, ¿por qué pretendéis que esté loco? La enfermedad ha aguzado mis sentidos, sin destruirlos ni embotarlos. Tenía el oído muy fino; ninguno le igualaba; he escuchado todas las cosas del cielo y de la tierra, y no pocas del infierno. ¿Cómo he de estar loco? ¡Atención! Ahora veréis con qué sano juicio y con qué calma puedo referirles toda la historia.
Me es imposible decir cómo se me ocurrió primeramente la idea; pero una vez concebida, no pude desecharla ni de noche ni de día. No me proponía objeto alguno ni me dejaba llevar de una pasión. Amaba al buen anciano, pues jamás me había hecho daño alguno, ni menos insultado; no envidiaba su oro; pero tenía en sí algo desagradable. ¡Era uno de sus ojos, sí, esto es! Se asemejaba al de un buitre y tenía el color azul pálido. Cada vez que este ojo fijaba en mí su mirada, se me helaba la sangre en las venas; y lentamente, por grados, comenzó a germinar en mi cerebro la idea de arrancar la vida al viejo, a fin de librarme para siempre de aquel ojo que me molestaba.
¡He aquí el quid! Me creéis loco; pero advertid que los locos no razonan. ¡Su hubierais visto con qué buen juicio procedí, con qué tacto y previsión y con qué disimulo puse manos a la obra! Nunca había sido tan amable con el viejo como durante la semana que precedió al asesinato.
Todas las noches, a eso de las doce, levantaba el picaporte de la puerta y la abría; pero, ¡qué suavemente! Y cuando quedaba bastante espacio para pasar la cabeza, introducía una linterna sorda bien cerrada, para que no filtrase ninguna luz, y alargaba el cuello. ¡Oh! Os hubierais reído al ver con qué cuidado procedía. Movía lentamente la cabeza, muy poco a poco, para no perturbar el sueño del viejo, y necesitaba al menos una hora para adelantarla lo suficiente a fin de ver al hombre echado en su cama. ¡Ah! Un loco no habría sido tan prudente. Y cuando mi cabeza estaba dentro de la habitación, levantaba la linterna con sumo cuidado, ¡oh, con qué cuidado, con qué cuidado!, porque la charnela rechinaba. No la abría más de lo suficiente para que un imperceptible rayo de luz iluminase el ojo de buitre. Hice esto durante siete largas noches, hasta las doce; pero siempre encontré el ojo cerrado y, por consiguiente, me fue imposible consumar mi obra, porque no era el viejo lo que me incomodaba, sino su maldito ojo. Todos los días, al amanecer, entraba atrevidamente en su cuarto y le hablaba con la mayor serenidad, llamándole por su nombre con tono cariñoso y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya veis, por lo dicho, que debería ser un viejo muy perspicaz para sospechar que todas las noches hasta las doce le examinaba durante su sueño.
Llegada la octava noche, procedí con más precaución aún para abrir la puerta; la aguja de un reloj se hubiera movido más rápidamente que mi mano. Mis facultades y mi sagacidad estaban más desarrolladas que nunca, y apenas podía reprimir la emoción de mi triunfo.
¡Pensar que estaba allí, abriendo la puerta poco a poco, y que él no podía ni siquiera soñar en mis actos! Esta idea me hizo reír; y tal vez el durmiente escuchó mi ligera carcajada, pues se movió de pronto en su lecho como si se despertase. Tal vez creeréis que me retiré; nada de eso; su habitación estaba negra como un pez, tan espesas eran las tinieblas, pues mi hombre había cerrado herméticamente los postigos por temor a los ladrones; y sabiendo que no podía ver la puerta entornada, seguí empujándola más, siempre más.
Había pasado ya la cabeza y estaba a punto de abrir la linterna, cuando mi pulgar se deslizó sobre el muelle con que se cerraba y el viejo se incorporó en su lecho exclamando:
—¿Quién anda ahí?
Permanecí inmóvil sin contestar; durante una hora me mantuve como petrificado, y en todo este tiempo no le vi echarse de nuevo; seguía sentado y escuchando, como yo lo había hecho noches enteras.
Pero he aquí que de repente oigo una especie de queja débil, y reconozco que era debida a un terror mortal; no era de dolor ni de pena, ¡oh, no! Era el ruido sordo y ahogado que se eleva del fondo de un alma poseída por el espanto.
Yo conocía bien este rumor, pues muchas noches, a las doce, cuando todos dormían, lo oí producirse en mi pecho, aumentando con su eco terrible el terror que me embargaba. Por eso comprendía bien lo que el viejo experimentaba, y le compadecía, aunque la risa entreabriese mis labios. No se me ocultaba que se había mantenido despierto desde el primer ruido, cuando se revolvió en el lecho; sus temores se acrecentaron, y sin duda quiso persuadirse que no había causa para ello; mas no pudo conseguirlo. Sin duda pensó: «Eso no será más que el viento de la chimenea, o de un ratón que corre, o algún grillo que canta». El hombre se esforzó para confirmarse en estas hipótesis, pero todo fue inútil; «era inútil» porque la Muerte, que se acercaba, había pasado delante de él con su negra sombra, envolviendo en ella a su víctima; y la influencia fúnebre de esa sombra invisible era la que le hacía sentir, aunque no distinguiera ni viera nada, la presencia de mi cabeza en el cuarto.
Después de esperar largo tiempo con mucha paciencia sin oírle echarse de nuevo, resolví entreabrir un poco la linterna; pero tan poco, tan poco, que casi no era nada; la abrí tan cautelosamente, que más no podía ser, hasta que al fin un solo rayo pálido, como un hilo de araña, saliendo de la abertura, se proyectó en el ojo de buitre.
Estaba abierto, muy abierto, y no me enfurecí apenas le miré; le vi con la mayor claridad, todo entero, con su color azul opaco, y cubierto con una especie de velo hediondo que heló mi sangre hasta la médula de los huesos; pero esto era lo único que veía de la cara o de la persona del anciano, pues había dirigido el rayo de luz, como por instinto, hacia el maldito ojo.
¿No os he dicho ya que lo que tomabais por locura no es sino un refinamiento de los sentidos? En aquel momento, un ruido sordo, ahogado y frecuente, semejante al que produce un reloj envuelto en algodón, hirió mis oídos; «aquel rumor», lo reconocí al punto, era el latido del corazón del anciano, y aumentó mi cólera, así como el redoble del tambor sobreexcita el valor del soldado.
Pero me contuve y permanecí inmóvil, sin respirar apenas, y esforzándome en iluminar el ojo con el rayo de luz. Al mismo tiempo, el corazón latía con mayor violencia, cada vez más precipitadamente y con más ruido.
El terror del anciano «debía» ser indecible, pues aquel latido se producía con redoblada fuerza cada minuto. ¿Me escucháis atentos? Ya os he dicho que yo era nervioso, y lo soy en efecto. En medio del silencio de la noche, un silencio tan imponente como el de aquella antigua casa, aquel ruido extraño me produjo un terror indecible.
Por espacio de algunos minutos me contuve aún, permaneciendo tranquilo; pero el latido subía de punto a cada instante; hasta que creí que el corazón iba a estallar, y de pronto me sobrecogió una nueva angustia: ¡Algún vecino podría oír el rumor! Había llegado la última hora del viejo: profiriendo un alarido, abrí bruscamente la linterna y me introduje en la habitación. El buen hombre sólo dejó escapar un grito: sólo uno. En un instante le arrojé en el suelo, reí de contento al ver mi tarea tan adelantada, aunque esta vez ya no me atormentaba, pues no se podía oír a través de la pared.
Al fin cesó la palpitación, porque el viejo había muerto, levanté las ropas y examiné el cadáver: estaba rígido, completamente rígido; apoyé mi mano sobre el corazón, y la tuve aplicada algunos minutos; no se oía ningún latido; el hombre había dejado de existir, y su ojo desde entonces ya no me atormentaría más.
Si persistís en tomarme por loco, esa creencia se desvanecerá cuando os diga qué precauciones adopté para ocultar el cadáver. La noche avanzaba, y comencé a trabajar activamente, aunque en silencio: corté la cabeza, después los brazos y por último las piernas.
Enseguida arranqué tres tablas del suelo de la habitación, deposité los restos mutilados en los espacios huecos, y volví a colocar las tablas con tanta habilidad y destreza que ningún ojo humano, ni aún el «suyo», hubiera podido descubrir nada de particular. No era necesario lavar mancha alguna, gracias a la prudencia con que procedía. Un barreno la había absorbido toda. ¡Ja, ja!
Terminada la operación, a eso de las cuatro de la madrugada, aún estaba tan oscuro como a medianoche. Cuando el reloj señaló la hora, llamaron a la puerta de calle, y yo bajé con la mayor calma para abrir, pues, ¿qué podía temer «ya»? Tres hombres entraron, anunciándose cortésmente como oficiales de policía; un vecino había escuchado un grito durante la noche; esto bastó para despertar sospechas, se envió un aviso a las oficinas de la policía, y los señores oficiales se presentaban para reconocer el local.
Yo sonreí, porque nada debía temer, y recibiendo cortésmente a aquellos caballeros, les dije que era yo quien había gritado en medio de mi sueño; añadí que el viejo estaba de viaje, y conduje a los oficiales por toda la casa, invitándoles a buscar, a registrar perfectamente. Al fin entré en «su» habitación y mostré sus tesoros, completamente seguros y en el mejor orden. En el entusiasmo de mi confianza ofrecí sillas a los visitantes para que descansaran un poco; mientras que yo, con la loca audacia de un triunfo completo, coloqué la mía en el sitio mismo donde yacía el cadáver de la víctima.
Los oficiales quedaron satisfechos y, convencidos por mis modales —yo estaba muy tranquilo—, se sentaron y hablaron de cosas familiares, a las que contesté alegremente; mas al poco tiempo sentí que palidecía y ansié la marcha de aquellos hombres. Me dolía la cabeza; me parecía que mis oídos zumbaban; pero los oficiales continuaban sentados, hablando sin cesar. El zumbido se pronunció más, persistiendo con mayor fuerza; me puse a charlar sin tregua para librarme de aquella sensación, pero todo fue inútil y al fin descubrí que el rumor no se producía en mis oídos.
Sin duda palidecí entonces mucho, pero hablaba todavía con más viveza, alzando la voz, lo cual no impedía que el sonido fuera en aumento. ¿Qué podía hacer yo? Era «un rumor sordo, ahogado, frecuente, muy análogo al que produciría un reloj envuelto en algodón». Respiré fatigosamente; los oficiales no oían aún. Entonces hablé más aprisa, con mayor vehemencia; pero el ruido aumentaba sin cesar.
Me levanté y comencé a discutir sobre varias nimiedades, en un diapasón muy alto y gesticulando vivamente; mas el ruido crecía. ¿Por qué «no querían» irse aquellos hombres? Aparentando que me exasperaban sus observaciones, di varias vueltas de un lado a otro de la habitación; mas el rumor iba en aumento. ¡Dios mío! ¿Qué podía hacer? La cólera me cegaba, comencé a renegar; agité la silla donde me había sentado, haciéndola rechinar sobre el suelo; pero el ruido dominaba siempre de una manera muy marcada... Y los oficiales seguían hablando, bromeaban y sonreían. ¿Sería posible que no oyesen? ¡Dios todopoderoso! ¡No, no! ¡Oían! ¡Sospechaban; lo «sabían» todo; se divertían con mi espanto! Lo creí y lo creo aún. Cualquier cosa era preferible a semejante burla; no podía soportar más tiempo aquellas hipócritas sonrisas. ¡Comprendí que era preciso gritar o morir! Y cada vez más alto, ¿lo oís? ¡Cada vez más alto, «siempre más alto»!
—¡Miserables! —exclamé—. No disimuléis más tiempo; confieso el crimen. ¡Arrancad esas tablas; ahí está, ahí está! ¡Es el latido de su espantoso corazón!

Título Original: The Tell-Tale Heart © 1843.

Ejercicios de comprensión y morfología:


1.            ¿Quién cuenta la historia?
2.            Enumera los personajes que aparecen y los que se mencionan.
3.            ¿En qué espacio suceden los hechos?
4.            ¿Quién es la víctima?
5.            ¿Cuál es el móvil del crimen?
6.            ¿Durante cuántas noches el protagonista repite la acción de espiar al viejo antes del crimen?                    ¿Por qué no mató al viejo en esas ocasiones?
7.            ¿Qué hace el asesino para deshacerse del cuerpo? ¿Dónde lo oculta?
8.            ¿Quién llama a la policía y por qué?
9.            ¿Qué actitud asume el asesino al llegar la policía a la casa? ¿Cómo los atiende?
10.         ¿Por qué se descubre el asesinato?
11.         ¿En qué distintos momentos de la historia el protagonista escucha el latido del corazón de su                    víctima? ¿Con qué compara este sonido?
12.         ¿Qué intenta demostrar el protagonista acerca de sí mismo a lo largo del relato? ¿Crees que lo                  logra? ¿Por qué?
13.         ¿Cuál de las siguientes opciones es la correcta? Justifica tu respuesta.
a.            El personaje está loco y por eso escucha el latido del corazón.
b.            El corazón efectivamente late para delatarlo.
c.            El personaje inventa todo lo que sucedió.
16.         Escribe un título alternativo para el cuento.
17.         Busca y escribe el significado de las palabras que no conozcas.
18.         Escribe del texto seis sustantivos, seis adjetivos y seis verbos, tres pronombres de distinto tipo y              cuatro determinantes de distinta clase.


sábado, 15 de febrero de 2020

La lectura en voz alta en clase, un método eficaz

Resultado de imagen de lectura en alta voz

Desde hace ya más de veinte años, la lectura en voz alta en clase ha sido mi compañera y mi aliada en el comienzo de cada una de mis clases de lengua castellana y literatura. No cabe duda de que los comienzos no fueron nada fáciles. El profesor debía luchar contra la resistencia del alumnado y contra las dudas propias de alguien que comienza una actividad, que confía en que termine dando sus frutos, pero que tiene las vacilaciones lógicas frente a un público tan particular. 
Fue muy importante que el profesor transmitiera la seguridad y la confianza en que era algo muy bueno para ellos, algo que, si está bien hecho, irradia serenidad e invita  al auditorio a entrar en un estado de relajación que luego ayudará a dar la clase de lengua.
Yo estaba seguro de que ese momento era importante y, aunque a veces, el auditorio no lo ponía fácil, no podía cejar en el empeño. El alumnado estaba "leyendo" sin darse cuenta y eso era algo bueno en sí mismo, posiblemente más trascendente que cualquiera de los conocimientos lingüísticos o literarios que pudiera yo transmitirles durante la clase.
En algunas ocasiones, cuando me he encontrado con antiguos alumnos o alumnas, me han preguntado si sigo leyendo en clase y me confiesan que eso les hacía mucho bien, que nunca deje de hacerlo.
Es por eso por lo que empecé la tarea de hacer grabaciones de textos que me gustaban especialmente o que podían gustar a la gente. Los empecé a subir a la red y a colgarlos en mi blog de lengua. Estas grabaciones las utilizo en mis clases y sé de muchos colegas de colegios, institutos, facultades, españoles y extranjeros, y centros en los que se estudia español que me dicen que los usan en sus clases. La satisfacción es total.

Resultado de imagen de la estrategia del parásito

El traer aquí esta reflexión está motivada por el hecho de que durante el último mes he estado leyendo en la clase de PMAR 3º del Ámbito Lingüístico y Social La estrategia del parásito, de César Mallorquí, una novela sobre la desprotección en la que está la humanidad cuando el mundo de la informática cae en las manos de los malos. Pues bien, no he visto nunca a un auditorio más entusiasmado y más atento a la lectura de las vicisitudes de Óscar y Judit. La apoteosis llegó al final del libro, cuando el alumnado pudo comprobar que, siguiendo las instrucciones que daba el autor en el epílogo podían entrar en la página en la que el amigo de los personajes, Mario, se hacía realidad en la pantalla del ordenador y del móvil.
Realmente ha sido un momento mágico que recompensa los esfuerzos y me reafirma en que el alumnado de PMAR está esperando que alguien encuentre su punto de interés para demostrar que la motivación es algo que les atañe también a ellos, por más que les cueste ponerla en evidencia.
Creo que puedo decir que me siento afortunado por haber vivido esta experiencia. Y evidentemente me anima a seguir por esta senda de la palabra hablada, modulada y matizada que es capaz de transmitir sensaciones y sentimientos.
Gracias, César, porque sabes contar para provocar emociones.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Mapa conceptual de los grandes descubrimientos geográficos I


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Ejercicios:

a) ¿Cuáles fueron las causas de las expediciones geográficas?
b) Investiga sobre la carabela y elabora una ficha en tu cuaderno en la que digas quiénes las utilizaron, cómo eran sus velas y qué mejoras introdujo en la navegación.
c) ¿Cuál era el plan de Portugal en su política de expansión por el Atlántico?
d) ¿Quiénes fueron los navegantes portugueses más destacados y qué consiguieron cada uno de ellos?
e) Observa el mapa de la ruta de Marco Polo y lee el texto, y contesta a las preguntas:
Señores emperadores, reyes, duques y marqueses, condes, hijosdalgos y burgueses y gentes que deseáis saber las diferentes generaciones humanas y las diversidades de las regiones del mundo, tomad este libro y mandad que os lo lean, y encontraréis en él todas las grandes maravillas y curiosidades de la gran Armenia y de la Persia, de los tártaros y de la India y varias otras provincias; así os lo expondrá nuestro libro y os lo explicará clara y ordenadamente como lo cuenta Marco Polo, sabio y noble ciudadano de Venecia, tal como lo vieron sus mortales ojos…
Marco PoloLibro de las maravillas
Resultado de imagen de ruta de la seda y de las especias
  • ¿Qué continentes recorrió Marco Polo? ¿Por qué crees que tituló así a su libro?
  • Indica tres ciudades por las que pasaba la ruta de la seda y tres por las que pasaba la ruta de las especias
  • ¿Qué especias orientales se utilizaban en Europa?



jueves, 16 de enero de 2020

MAPA CONCEPTUAL DE LA LITERATURA DE LOS SIGLOS DE ORO I







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miércoles, 15 de enero de 2020

Robert Fischer: El caballero de la armadura oxidada (Cap. 7/7)



LA CIMA DE LA VERDAD

Centímetro a centímetro, palmo a palmo, el caballero escaló, con los dedos ensangrentados por tener que aferrarse a las afiladas rocas. Cuando ya casi había llegado a la cima, se encontró con un canto rodado que bloqueaba su camino. Como siempre, había una inscripción sobre él: aunque este Universo poseo, nada poseo, pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido.
El caballero se sentía demasiado exhausto para superar el último obstáculo. Parecía imposible descifrar la inscripción y estar colgado de la pared de la montaña al mismo tiempo, pero sabía que debía intentarlo.
Ardilla y Rebeca se sintieron tentadas de ayudarle, pero se contuvieron, pues sabían que a veces la ayuda puede debilitar a un ser humano.
El caballero inspiró profundamente, lo que le aclaró un poco la mente. Leyó la última parte de la inscripción en voz alta: "Pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido".
El caballero reflexionó sobre algunas de las cosas "conocidas" a las que se había aferrado durante toda su vida. Estaba su identidad - quién creía que era y que no era - Estaban sus creencias - aquello que él pensaba que era verdad y lo que consideraba falso - Y estaban sus juicios - las cosas que tenía por buenas y aquellas que consideraba malas.
El caballero observó la roca y un pensamiento terrible cruzó por su mente: también conocía la roca a la cual se aferraba para seguir con vida. ¿Quería decir la inscripción que debía soltarse y dejarse caer al abismo de lo desconocido?
- Lo has cogido caballero, - dijo Sam - Tienes que soltarte.
- ¿Qué intentas hacer, matarnos a los dos?  Gritó el caballero.
- De hecho, ya estamos muriendo ahora mismo - dijo Sam - Mírate. Estás tan delgado que podrías deslizarte por debajo de una puerta, y estas lleno de estrés y miedo.
- No estoy tan asustado como antes - dijo el caballero.
- En ese caso, déjate ir y confía -. Dijo Sam
- ¿Qué confíe en quién? - replicó el caballero enfadado. Estaba harto de la filosofía de Sam.
- No es un quién - respondió Sam - ¡No es un quién sino un qué!
- ¿Un qué? - preguntó el caballero.
 - Sí - dijo Sam - La vida, la fuerza, el universo, Dios, como quieras llamarlo.
El caballero miró por encima de su hombro y vio el abismo aparentemente infinito que había debajo de él.
- Déjate ir - le susurró Sam con urgencia.
El caballero no parecía tener alternativa. Perdía fuerza en cada segundo que pasaba y la sangre brotaba de sus dedos allí donde se aferraban a la roca. Pensando que moriría, se dejó ir y se precipitó al abismo, a la profundidad infinita de sus recuerdos.
Recordó todas las cosas de su vida de las que había culpado a su madre, a su padre, a sus profesores, a su mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los demás. A medida que caía en el vacío, fue desprendiéndose de todos los juicios que había hecho contra ellos.
Fue cayendo cada vez más rápidamente, vertiginosamente, mientras su mente descendía hacia su corazón. Luego, por primera vez en su vida, contempló su vida con claridad, sin juzgar y sin excusarse. En ese instante, aceptó toda la responsabilidad por su vida, por la influencia que la gente tenía sobre ella, y por los acontecimientos que le habían dado forma.
A partir de ese momento, fuera de si mismo, nunca más culparía a nada ni a nadie de todos los errores y desgracias. El reconocimiento de que él era la causa, no el efecto, le dio una nueva sensación de poder. Ya no tenía  miedo.
Le sobrevino una desconocida sensación de calma y algo muy extraño le sucedió: ¡empezó a caer hacia arriba! iSí, parecía imposible, pero caía hacia arriba, surgiendo del abismo! Al mismo tiempo, se seguía sintiendo conectado con lo más profundo de él, con el centro de la Tierra. Continuó cayendo hacia arriba, sabiendo que estaba unido al cielo y la Tierra.
Repentinamente, dejó de caer y se encontró de pie en la cima de la montaña y comprendió el significado de la inscripción de la roca. Había soltado todo aquello que había temido y todo aquello que había sabido y poseído. Su voluntad de abarcar lo desconocido le había liberado. Ahora el universo era suyo, para ser experimentado y disfrutado.
El caballero permaneció en la cima, respirando profundamente y le sobrevino una sobrecogedora sensación de bienestar. Se sintió mareado por el encantamiento de ver, oír y sentir el universo que le rodeaba. Antes, el temor a lo desconocido había entumecido sus sentidos, pero ahora podía experimentar todo con una claridad sorprendente. La calidez del sol del atardecer, la melodía de la suave brisa de la montaña y la belleza de las formas y los colores de la naturaleza que pintaban el paisaje, causaron un placer indescriptible al caballero. Su corazón rebosaba de amor: por sí mismo, por Julieta y Cristóbal, por Merlín, por Ardilla y por Rebeca, por la vida y por todo el maravilloso mundo.
Rebeca y Ardilla observaron al caballero ponerse de rodillas, con lágrimas de gratitud surgiendo de sus ojos.
"Casi muero por todas las lágrimas que no derramé", pensó. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, por su barba y por su peto. Como provenían de su corazón, estaban extraordinariamente calientes, de manera que no tardaron en derretir lo que quedaba de su armadura.
El caballero lloraba de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar en todas direcciones nunca más. Nunca más vería la gente el brillante reflejo del acero, pensando que el sol estaba saliendo por el norte  o poniéndose por el oeste.
Sonrió a través de sus lágrimas, ajeno a que una nueva y radiante luz irradiaba de él; una luz mucho más brillante y hermosa que la de su pulida armadura, una luz destellante como un arroyo, resplandeciente como la luna, deslumbrante como el sol.

PORQUE AHORA EL CABALLERO ERA EL ARROYO. ERA LA LUNA. ERA EL SOL. PODÍA SER TODAS LAS COSAS A LA VEZ, Y MÁS, PORQUE ERA UNO CON EL UNIVERSO.
ERA AMOR.

Robert Fischer: El caballero de la armadura oxidada (Cap. 6/7)



EL CASTILLO DE LA VOLUNTAD Y LA OSADÍA

Hacia el amanecer del día siguiente, el inverosímil trío llegó al último castillo. Era más alto que los otros y sus muros parecían más gruesos. Confiado de que atravesaría velozmente este castillo, el caballero cruzó el puente levadizo con los animales.
Cuando estaban a medio camino se abrió de golpe la puerta del castillo y un enorme y amenazador dragón, cubierto de relucientes escamas verdes, surgió de su interior, echando fuego por la boca. Espantado, el caballero se paró en seco.
Había visto muchos dragones, pero éste no se parecía a ninguno. Era enorme, y las llamas salían no sólo de su boca, como sucedía con cualquier dragón común y corriente, sino también de sus ojos y oídos. Y, por si eso fuera poco, las llamas eran azules, lo cual quería decir que este dragón  tenía un alto contenido de butano.
El caballero buscó su espada, pero su mano no encontró nada. Comenzó a temblar. Con una voz débil e irreconocible, el caballero pidió ayuda a Merlín, más, para su desesperación, el mago no apareció.
- ¿Por qué no viene? - preguntó ansiosamente, al tiempo que esquivaba una llamarada azul del monstruo.
- No lo sé - replicó Ardilla - Normalmente se puede contar con él.
Rebeca, sentada sobre el hombre del caballero, ladeó la cabeza y escuchó con atención.
- Por lo que he podido captar, Merlín está en París, asistiendo a una conferencia sobre magos.
"No me puede abandonar ahora", se dijo el caballero. "Me prometió que  no habría dragones en el Sendero de la Verdad"
- Se refería a dragones comunes y corrientes - rugió el monstruo con una voz que hizo temblar los árboles y que por poco hizo caer a Rebeca del hombro del caballero.
La situación parecía seria. Un dragón que podía leer las mentes era definitivamente lo pero que se podía esperar pero, de alguna manera, el caballero logró dejar de temblar. Con la voz más fuerte y potente que pudo, gritó:
- ¡Fuera de mi camino, bombona de butano gigante!. La bestia bufó, lanzando fuego en todas direcciones.
 - Caramba, ¡qué atrevido el gatito asustado!
El caballero, que no sabía que más hacer, intentó ganar tiempo.
- ¿Qué haces en el Castillo de la voluntad y la Osadía? - preguntó.
- ¿Hay algún sitio mejor donde yo pueda vivir? - Soy el Dragón del Miedo  y la Duda.
El caballero reconoció que el nombre era muy acertado. Miedo y duda era exactamente lo que sentía.
El dragón volvió a vociferar:
- Estoy aquí para acabar con todos los listillos que piensan que pueden derrotar a cualquiera simplemente porque han pasado por el Castillo del Conocimiento.
Rebeca susurró al oído del caballero:
- Merlín dijo una vez que el conocimiento de uno mismo podía matar al Dragón del Miedo y la Duda.
- ¿Y tu lo crees? - susurró al caballero.
- Sí - afirmó Rebeca con firmeza.
- ¡Pues, entonces, encárgate tú de ese lanzallamas verde! - El caballero  dio media vuelta y cruzó el puente levadizo corriendo, en retirada.
- ¡Jo,jo,jo! - rió el dragón, y con su último "jo" por poco quema los pantalones del caballero.
- ¿Os retiráis después de haber llegado tan lejos? - preguntó Ardilla, mientras el caballero se sacudía las chispas de la espalda.
- No lo sé - replicó él - He llegado a habituarme a ciertos lujos, como vivir. San intervino.
- ¿Cómo te soportas si no tienes la voluntad y la osadía de poner a prueba el conocimiento que tienes de ti mismo?
- ¿Tú también crees que el conocimiento de uno mismo puede matar al Dragón del Miedo y la Duda? - preguntó el caballero.
- Por supuesto. El conocimiento de uno mismo es la verdad y ya sabes lo que dicen: "la verdad es más poderosa que la espada".
- Ya sé que eso es lo que se dice, pero ¿hay alguien que lo haya probado y haya sobrevivido? - preguntó sutilmente el caballero.
Tan pronto como acabó de pronunciar estas palabras, el caballero recordó que no necesitaba probar nada. Era bueno, generoso y amoroso. Por lo tanto, no debía sentir ni miedo ni dudas. El dragón no era más que una ilusión.
 El caballero dirigió la mirada a través del puente hacia donde se encontraba el monstruo lanzando fuego hacia unos arbustos, por lo visto para no perder la práctica. Con el pensamiento en la mente de que el dragón sólo existía si él creía que existía, el caballero inspiró profundamente y, con  lentitud, volvió a atravesar el puente levadizo.
El dragón, por supuesto, fue a su encuentro, bufando y echando fuego. Esta vez, sin embargo, el caballero siguió adelante. Pero el coraje del caballero no tardó en comenzar a derretirse, al igual que su barba, con el calor de las llamaradas del dragón. Con un grito de temor y angustia, dio media vuelta y salió corriendo.
El dragón dejó escapar una poderosa carcajada y disparó un chorro de fuego contra el caballero en retirada. Con un aullido de dolor, el caballero atravesó el puente como una bala, con Rebeca y Ardilla tras él. Al divisar un pequeño arroyo, sumergió rápidamente su chamuscado trasero en el agua fresca, sofocando las llamas en el acto.
Ardilla y Rebeca intentaban consolarlo desde la orilla.
- Habéis sido muy valiente - dijo Ardilla.
- No está mal por tratarse del primer intento - añadió Rebeca. Sorprendido, el caballero la miró desde donde estaba.
- ¿Cómo que el primer intento?
Ardilla le respondió con toda naturalidad:
- Tendréis más suerte la segunda vez. El caballero respondió enfadado:
- Tú irás la segunda vez.
- Recordad que el dragón es sólo una ilusión - dijo Rebeca.
- ¿Y el fuego que sale de su boca? ¿Eso también es una ilusión?
- En efecto - respondió Rebeca - el fuego también era una ilusión.
- Entonces, ¿cómo es que estoy sentado en este arroyo con el trasero quemado? - exigió el caballero.
- Porque vos mismo hicisteis que el fuego fuera real, le dais el poder de quemar vuestro trasero o cualquier otra cosa - dijo Ardilla.
- Tienes razón - corroboró Sam - Debes regresar y enfrentarte al dragón de una vez por todas.
El caballero se sintió acorralado. Eran tres contra uno. O, mejor dicho, dos y medio contra uno; la mitad Sam del caballero estaba de acuerdo con Ardilla y Rebeca, mientras que la otra mitad quería permanecer en el  arroyo.
Mientras el caballero luchaba contra un coraje que flaqueaba, oyó a Sam decir:
- Dios le dio coraje al hombre. El hombre da coraje a Dios.
- Estoy harto de intentar comprender el significado de las cosas. Prefiero quedarme sentado en el arroyo y descansar.
- Mira - lo animó Sam - si te enfrentas al dragón, hay una posibilidad de que lo elimines, pero si no te enfrentas a él, es seguro que él te destruirá.
- Las decisiones son fáciles cuando sólo hay una alternativa - dijo el caballero . Se puso en pie de mala gana, inspiró profundamente y cruzó el puente levadizo una vez más.
El dragón le miró incrédulo. Era un tipo verdaderamente terco.
- ¿Otra vez? - bufó - Bueno, esta vez sí que te pienso quemar.
Pero esta vez el caballero que marchaba hacia el dragón era otro; uno que cantaba una y otra vez: "el miedo y la duda son ilusiones".
El dragón lanzó gigantescas llamaradas contra el caballero una y otra vez pero, por más que lo intentaba, no lograba hacerlo arder.
A medida que el caballero se iba acercando, el dragón se iba haciendo cada vez más pequeño, hasta que alcanzó el tamaño de una rana. Una vez extinguida su llama, el dragón comenzó a lanzar semillas. Estas semillas - las Semillas de la Duda - tampoco lograron detener al caballero. El dragón se iba haciendo aún más pequeño a medida que continuaba avanzando con determinación.
- ¡He vencido! - exclamó el caballero victorioso. El dragón apenas podía hablar.
- Quizás esta vez, pero regresaré una y otra vez para bloquear tu camino. Dicho esto, desapareció con una explosión de humo azul.
- Regresa siempre que quieras - le gritó el caballero - Cada vez que lo hagas, yo seré más fuerte y tú más débil.
Rebeca voló y aterrizó en el hombro del caballero.
- Lo veis, yo tenía razón. El conocimiento de uno mismo puede matar al Dragón del Miedo y la Duda.
 - Si realmente creías que era sí, ¿por qué no me acompañaste cuando me acerqué al dragón? - preguntó el caballero, que ya no se sentía inferior a su amiga emplumada.
Rebeca mullió sus plumas.
- No quería interferir. Era vuestro viaje.
Divertido, el caballero estiró el brazo para abrir la puerta del castillo, pero iel Castillo de la Voluntad y la Osadía había desaparecido!
Sam le explicó:
- No tienes que aprender sobre la voluntad y la osadía porque acabas de demostrar que ya la posees.
El caballero echó la cabeza hacia atrás, riendo de pura alegría. Podía ver la cima de la montaña. El sendero parecía aún más empinado que antes, pero no importaba.
Sabía que ya nada le podía detener.

Robert Fischer: El caballero de la armadura oxidada (Cap. 5/7)



EL CASTILLO DEL CONOCIMIENTO

El caballero, Ardilla y Rebeca continuaron el viaje por el Sendero de la Verdad, en dirección al Castillo del Conocimiento. Se detuvieron tan sólo dos veces ese día, una para comer y otra para que el caballero afeitara su escuálida barba y cortara su largo cabello con el borde afilado del guantelete. Una vez hecho esto, el caballero tuvo mejor aspecto y se sintió mucho mejor, más libre que antes. Sin el yelmo podía comer nueces sin la ayuda de Ardilla. Aunque había apreciado la técnica salvavidas, no consideraba que aquello fuera un modo de vida realmente elegante. Se podía alimentar también de frutas y raíces a las que se había acostumbrado. Nunca más comería paloma ni ninguna otra ave o carne, pues se daba cuenta que hacerlo sería, literalmente, como comerse a sus amigos.
Justo antes de caer la noche, el trío continuó caminando penosamente por un monte y contempló el Castillo del Conocimiento en la distancia. Era más grande que el Castillo del Silencio, y la puerta era de oro sólido. Era el castillo más grande que el caballero hubiera visto jamás, incluso más grande que el que el caballero se había construido. El caballero contempló la impresionante estructura y se preguntó quién lo habría diseñado.
En ese preciso momento, sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Sam.
- El Castillo del Conocimiento fue diseñado por el propio universo: la fuente de todo conocimiento.
El caballero se sintió sorprendido y a la vez complacido de volver a oír la voz de Sam.
- Me alegro que hayas vuelto - dijo
- En realidad, nunca me fui - replicó Sam - recuerda que yo soy tú.
- Por favor, no quiero volver a oír eso. ¿qué te parezco ahora que me he afeitado y me he cortado el pelo?
- Es la primera vez que sacas provecho de ser esquilado - replicó Sam.
El caballero rió con la broma de Sam. Le gustaba su sentido del humor. Si el Castillo del Conocimiento se asemejaba al Castillo del Silencio, estaría feliz de tener a Sam por compañía.
El caballero, Rebeca y Ardilla cruzaron el puente levadizo por encima del foso y se detuvieron ante la dorada puerta. El caballero cogió la llave que colgaba de su cuello e hizo girar la cerradura. Al abrir la puerta, le preguntó a Rebeca y a Ardilla si se irían como lo habían hecho en el Castillo del Silencio.
- No - replicó Ardilla - El silencio es para uno; el conocimiento es para todos.
El caballero se preguntó cómo era posible que se considerara a una paloma un blanco fácil.
Los tres atravesaron la puerta y penetraron en una oscuridad tan densa que el caballero no podía ver ni su propia mano. El caballero buscó a tientas las acostumbradas antorchas que suelen estar en la entrada de los castillos, pero no había ninguna. ¿Un castillo con puerta de oro y sin antorchas?
- Incluso los castillos de la zona barata tienen antorchas - refunfuñó el caballero al tiempo que Ardilla lo llamaba.
El caballero tanteó el camino hasta donde se encontraba ella y vio que estaba señalando una inscripción que brillaba en la pared. Ponía: El conocimiento es la luz que iluminará vuestro camino.
"Prefería una antorcha", pensó el caballero, "quien quiera que sea el que gestiona este castillo, está decidido a reducir las facturas de la luz!
Sam habló:
- Significa que cuantas más cosas sepas, más luz habrá en el interior del castillo.
-¡Apuesto a que tienes razón, Sam! - exclamó el caballero. Y un rayo de luz se filtró en la habitación.
En ese preciso momento, Ardilla volvió a llamar al caballero para que se reuniera con ella. Había encontrado otra brillante inscripción grabada en la pared: ¿Habéis confundido la necesidad con el amor?
Todavía perturbado, el caballero masculló:
- Supongo que tengo que encontrar la respuesta para conseguir un poco más de luz.
- Lo estas cogiendo rápidamente - replicó Sam, a lo que el caballero respondió bufando:
- No tengo tiempo para jugar a Preguntas y Respuestas. ¡quiero encontrar mi camino por el castillo para poder llegar pronto a la cima de la montaña!
- Tal vez lo que tengáis que aprender aquí sea que tenéis todo el tiempo del mundo - sugirió Rebeca.
El caballero no estaba de un ánimo muy receptivo y no tenía ganas de oír su filosofía. Por un momento consideró la posibilidad de internarse en la oscuridad del castillo e intentar atravesarlo. La negrura, sin embargo, era bastante intimidatoria y, sin su espada, se sentía temeroso. Le pareció que la única alternativa que le quedaba era intentar descifrar el significado de la inscripción. Suspiró y se sentó ante ella. La leyó otra vez;"Habéis confundido la necesidad con el amor?"
El caballero sabía que amaba a Julieta y a Cristóbal, aunque tenía que admitir que había amado más a Julieta antes de que le diera por ponerse bajo los toneles de vino y vaciar su contenido en su boca.
San dijo:
- Sí, amabais a Julieta y a Cristóbal, pero, ¿no los necesitabais también?
- Supongo que si - admitió el caballero.
Había necesitado toda la belleza que Julieta le añadía a su vida con su inteligencia y su encantadora poesía. También había necesitado las cosas agradables que ella solía hacer, como invitar amigos para que lo animaran, después de que se quedara atrapado en su armadura.
Se acordó de las épocas en las que el asunto de la caballería había estado bajo mínimos y no se podían permitir comprar ropa nueva o contratar sirvientes. Julieta había confeccionado hermosos vestidos para la familia y había preparado deliciosos platos para el caballero y sus amigos. El caballero reconoció que Julieta había mantenido siempre el castillo muy limpio. Y él le había dado muchos castillos para limpiar. A menudo habían tenido que mudarse a un castillo más barato cuando él había regresado de las cruzadas sin un chavo. Había dejado que Julieta hiciera casi todas las mudanzas ella sola, pues él solía estar siempre en algún torneo. Recordó su aspecto agotado mientras llevaba sus pertenencias de un castillo a otro, y cómo se había puesto cuando se vio imposibilitada de tocarlo a causa de la armadura.
- ¿No fue entonces cuando Julieta comenzó a ponerse bajo los toneles de vino? - preguntó Sam suavemente.
El caballero asintió, y las lágrimas brotaron de sus ojos. Después, se le ocurrió algo espantoso: no había querido culparse de las cosas que hacía. Había preferido culpar a Julieta por todo el vino que bebía. De hecho, le venía bien que ella bebiera, así podía decir que todo era por su culpa, incluyendo el hecho de que él estuviera atrapado en la armadura.
A medida que el caballero se iba dando cuenta de lo injusto que había sido con Julieta, las lágrimas iban cayendo por sus mejillas. Si, la había necesitado más de lo que la había amado. Deseó haberla necesitado menos y amado más, pero no había sabido como hacerlo.
Mientras continuaba llorando, le vino a la cabeza que también había necesitado a Cristóbal más de lo que le había amado. Un caballero necesitaba un hijo para que partiera a las batallas y luchara en nombre de su padre cuando éste se hiciera mayor. Esto no quería decir que el caballero no amara a Cristóbal, pues amaba la belleza de su hijo. También disfrutaba oyéndole decir: "Te quiero papá!, pero, así como había amado estas cosas de Cristóbal, también respondían a una necesidad suya.
Un pensamiento le vino a la mente como un relámpago: ¡Había necesitado el amor de Julieta y Cristóbal porque no se amaba a sí mismo! De hecho, había necesitado el amor de todas las damiselas que había rescatado y de toda la gente por la que había luchado en las cruzadas porque no se amaba a sí mismo.
El caballero lloró aún más al darse cuenta de que si no se amaba, no podía amar realmente a otros. Su necesidad de ellos se interpondría.
Al admitir esto, una hermosa y resplandeciente luz brilló a su alrededor, ahí donde antes había habido oscuridad. Una mano se posó suavemente sobre su hombro. Miró a través de sus lágrimas y vio a Merlín que le sonreía.
- Habéis descubierto una gran verdad - le dijo el mago al caballero - Sólo podéis amar a otros en la medida en que os amáis a vos mismo.
- ¿Y cómo hago para empezar a amarme? - preguntó el caballero.
- Ya habéis empezado, al saber lo que ahora sabéis - dijo Merlín.
- Sé que soy un tonto - sollozó el caballero.
- No, conocéis la verdad, y la verdad es amor.
Esto consoló al caballero, que dejó de llorar. A medida que sus lágrimas se fueron secando, fue notando la luz que había a su alrededor. Era distinta de cualquier luz que hubiera visto antes.
Parecía no venir de ningún lugar, y de todos los lugares a la vez. Merlín hizo eco del pensamiento del caballero:
- No ha nada más hermoso que la luz del conocimiento.
El caballero miró la luz que le rodeaba y luego hacia la lejana oscuridad.
- Para vos no hay oscuridad en este castillo, ¿no es verdad?.
- No - replicó Merlín - Ya no.
Animado, el caballero se puso de pie, listo para continuar. Le agradeció a Merlín por haber aparecido incluso sin haber sido llamado.
- Está bien - dijo el mago - Uno no siempre sabe cuándo pedir ayuda. Y, dicho esto, desapareció.
Cuando el caballero se dispuso a continuar, Rebeca apareció volando desde la oscuridad.
¡Escuchad! - dijo toda emocionada -¡Esperad a ver lo que voy a mostraros!
El caballero nunca había visto a Rebeca tan excitada. Normalmente, era más bien tranquila, pero ahora no dejaba de dar saltos sobre su hombro, sin poder contenerse mientras guiaba al caballero y a Ardilla hacia un gran espejo.
- i Es eso! i Es eso! - gorjeó en voz alta, los ojos brillando de entusiasmo. El caballero tuvo una decepción.
- Es sólo un viejo espejo - dijo impaciente - Vamos, pongámonos en marcha.
- No es un espejo corriente - insistió rebeca - No refleja tu aspecto. Refleja cómo eres de verdad.
El caballero estaba intrigado, pero no entusiasmado. Nunca le habían importado mucho los espejos porque nunca se había considerado muy guapo. Pero Rebeca insistió, así que, de mala gana, se colocó ante el espejo y contempló su reflejo. Para su gran sorpresa, en lugar de un hombre alto con ojos tristes y nariz grande, con una armadura hasta el cuello, vio a una persona encantadora y vital, cuyos ojos brillaban con amor y compasión.
- ¿Quién es? - preguntó Ardilla respondió:
- Sois vos.
- Este espejo es un fantasma - dijo el caballero - Yo no soy así.
- Estáis viendo a vuestro yo verdadero - explicó Sam - el yo que vive bajo esa armadura.
- Pero - protestó el caballero, contemplándose con atención en el espejo - ese hombre es un espécimen perfecto. Y su rostro está lleno de inocencia y de belleza.
- Ese es su potencial - le respondió Sam - ser hermoso, inocente y perfecto.
- Si ése es mi potencial - dijo el caballero - algo terrible sucedió en el camino.
- Sí - replicó Sam - pusiste una armadura invisible entre tú y tus verdaderos sentimientos. Ha estado ahí durante tanto tiempo que se ha hecho visible y permanente.
- quizá sí escondí mis sentimientos - dijo el caballero - Pero no podía decir simplemente todo lo que se me pasaba por la cabeza y hacer todo lo que me apetecía. Nadie me hubiera querido. - El caballero se detuvo al pronunciar estas palabras, pues se dio cuenta que se había pasado la vida intentando agradar a la gente. Pensó en todas las cruzadas en las que había luchado, los dragones que había matado, y en las damiselas en apuros que había rescatado: todo para demostrar que era bueno, generoso y amoroso. En realidad, no tenía que demostrar nada. Era bueno, generoso y amoroso.
- ¡Jabalinas saltarinas! - exclamó - ¡He desperdiciado toda mi vida!
- No - dijo Sam, rápidamente - No la has desperdiciado. Necesitabas tiempo para aprender todo lo que has aprendido.
- Todavía tengo ganas de llorar - dijo el caballero.
- Pues, eso sí sería un desperdicio - dijo Sam. Acto seguido, entonó esta canción.
"Las lágrimas de autocompasión no te pueden ayudar. No son del tipo que a tu armadura puedan eliminar"
El caballero no estaba de humor para apreciar ni la canción ni el humor de Sam.
- Deja ya esas pesadas rimas, o te echaré fuera - chilló.
- No me puedes echar - rio Sam - Yo soy tú. ¿No lo recuerdas?
En ese momento, el caballero se hubiera pegado un tiro gustoso con tal de librarse de Sam, más, por fortuna, aún no habían inventado las armas de fuego. Aparentemente, no había manera de librarse de Sam.
El caballero se miró al espejo otra vez. La amabilidad, la compasión, el amor, la inteligencia y la generosidad le devolvieron la mirada. Se dio cuenta de que todo lo que tenía que hacer para tener todas esas cualidades era reclamarlas, pues siempre habían estado ahí.
Ante este pensamiento, la hermosa luz brilló una vez más, con más fuerza que antes. Iluminó toda la habitación revelando, para sorpresa del caballero, que el castillo tenía tan sólo una gigantesca habitación.
- Es la construcción estándar para un Castillo del Conocimiento - dijo Sam.
- El verdadero Conocimiento no se divide en compartimientos porque todo procede de una única verdad.
El caballero asintió. Estaba listo para partir justo cuando Ardilla se acercó corriendo.
- Este castillo tiene un patio con un gran manzano en el centro.
- Oh, llévame a él - pidió el caballero ansioso, pues empezaba a tener hambre.
El caballero y Rebeca siguieron a Ardilla hasta el patio. Las robustas ramas del árbol se torcían por el peso de las manzanas más brillantes y rojas que el caballero hubiera visto jamás.
- ¿Te gustan las manzanas? - preguntó Sam.
El caballero se encontró riendo. Luego notó una inscripción grabada en una losa junto al árbol:
Por esta fruta impongo condición, pero ahora aprenderéis acerca de la ambición.
El caballero reflexionó sobre esto pero, con franqueza, no tenía ni idea de lo que significaba. Finalmente, decidió olvidarlo.
- Si lo haces, no saldremos de aquí - dijo Sam. El caballero gruñó.
- Estas inscripciones son cada vez más difíciles de entender.
- Nadie dijo que el Castillo del Conocimiento fuera fácil - dijo Sam con firmeza.
El caballero suspiró, cogió una manzana y se sentó bajo el árbol con Rebeca y Ardilla.
- ¿Vosotras lo entendéis? - les preguntó. Ardilla negó con la cabeza.
El caballero miró a Rebeca, que también negó con la cabeza.
- Pero lo que sí se - dijo pensativa - es que no tengo ninguna ambición.
- Ni yo - intervino Ardilla - y apuesto a que este árbol tampoco tiene ninguna.
- Tiene razón - dijo Rebeca - Este árbol es como nosotras. No tiene ambiciones. quizá vos no necesitéis ninguna.
- Esto está bien para los animales y los árboles - dijo el caballero - Pero
¿que sería una persona si no tiene ambición?
- Feliz - dijo Sam
- No, no lo creo.
- Todos estáis en lo cierto - dijo una voz familiar.
El caballero se volvió y vio a Merlín de pie, detrás de él y los animales. El mago vestía su larga túnica blanca y llevaba un laúd.
- Estaba a punto de llamaros, Merlín - dijo el caballero.
- Lo sé - replicó el mago - Todo el mundo necesita ayuda para entender a un árbol. Los árboles son felices simplemente siendo árboles, al igual que Rebeca y Ardilla son felices siendo simplemente lo que son.
- Pero los humanos somos distintos - protestó el caballero - tenemos mentes.
- Nosotros también tenemos mentes - declaró Ardilla, un tanto ofendida.
- Lo siento. Es sólo que los seres humanos tenemos mentes más complicadas que hacen que deseemos ser mejores - explicó el caballero.
- ¿Mejores que qué? - preguntó Merlín, tañendo ociosamente unas notas en su laúd.
- Mejores de lo que somos - respondió el caballero.
- Nacéis hermosos, inocentes y perfectos. ¿qué podría ser mejor que eso?
- demandó Merlín.
- No, quiero decir que queremos ser mejores de lo que pensamos que somos, y mejores que los demás... ya sabéis, como yo, que siempre he querido ser el mejor caballero del reino.
- Ah, si - admitió Merlín - la ambición de vuestra complicada mente os llevó a intentar demostrar que erais mejor que otros caballeros.
- ¿Y qué hay de malo en ello? - preguntó el caballero a la defensiva.
- ¿Cómo podríais ser mejor que otros caballeros si todos nacisteis tan inocentes y perfectos como erais?
- Al menos era feliz intentándolo - replicó el caballero.
- ¿Lo erais? ¿O es que estabais tan ocupado intentando serlo que no podíais disfrutar del simple hecho de ser?
- Me estáis confundiendo - musitó el caballero - Sé que las personas necesitan tener ambición. Desean ser listas y tener bonitos castillos y poder cambiar el caballo del año pasado por uno nuevo. quieren progresar.
- Ahora estáis hablando del deseo del hombre de enriquecerse; pero si una persona es generosa, amorosa, compasiva, inteligente y altruista,
¿cómo podría ser más rica?.
- Esas riquezas no sirven para comprar castillos y caballos - dijo el caballero.
- Es verdad - Merlín esbozó una sonrisa - hay más de un tipo de riquezas, así como hay más de un tipo de ambición.
- A mi me parece que la ambición es la ambición. O deseas progresar o no lo deseas.
- Es más complicado todo eso - respondió el mago - La ambición que proviene de la mente te puede servir para conseguir bonitos castillos y buenos caballos. Sin embargo, sólo la ambición que proviene del corazón puede darte, además, la felicidad.
- ¿qué es la ambición del corazón? - le cuestionó el caballero.
- La ambición del corazón es pura. No compite con nadie y no hace daño a nadie. De hecho, le sirve a uno de tal manera que sirve a otros al mismo tiempo.
- ¿Cómo? - preguntó el caballero, esforzándose por comprender.
- Es aquí donde podemos aprender del manzano. Se ha convertido en un árbol hermoso y maduro, que da generosamente sus frutos a todos. Cuantas más manzanas coge más gente - dijo Merlín - más crece el árbol y más hermoso deviene. Este árbol hace exactamente lo que un manzano debe hacer: desarrollar su potencial para beneficio de todos. Lo mismo sucede con las personas que tienen ambiciones del corazón.
- Pero - objetó el caballero - si me pasara el día regalando manzanas, no podría tener un elegante castillo y no podría cambiar el caballo del año pasado por uno nuevo.
- Vos, como la mayoría de la gente, queréis poseer muchas cosas bonitas, pero es necesario separar la necesidad de la codicia.
- Decidle eso a una esposa que quiere un castillo en un mejor barrio - replicó mordaz el caballero.
Una expresión divertida se dibujó en el rostro de Merlín.
- Podríais vender algunas de vuestras manzanas para pagar el castillo y el caballo. Después podríais dar las manzanas que no necesitarais para que los demás se alimentasen.
- Este mundo es más fácil para los árboles que para las personas - dijo el caballero filosóficamente.
- Es una cuestión de percepción - dijo Merlín - Recibís la misma energía vital que el árbol. Utilizáis la misma agua, el mismo aire y la misma nutrición de la tierra. Os aseguro que si aprendéis del árbol podréis dar frutos y no tardaréis en tener todos los caballos y castillos que deseáis.
- ¿queréis decir que podría conseguir todo lo que necesito simplemente quedándome quieto en mi propio jardín? - preguntó el caballero.
Merlín rió.
- A los seres humanos se les dio dos pies para que no tuvieran que permanecer en un mismo lugar, pero si se quedaran quietos más a menudo para poder aceptar y apreciar, en lugar de ir de aquí para allá intentando apoderarse de todo lo que pueden, entenderían verdaderamente lo que es la ambición del corazón.
El caballero permaneció en silencio, reflexionando sobre las palabras de Merlín. Estudió el manzano que florecía ante sus ojos. Observó a Ardilla, a Rebeca y a Merlín. Ni el árbol ni los animales tenían ambición, y la ambición de Merlín provenía sin duda de su corazón. Todos permanecían sanos y felices; eran hermosos especímenes de la vida.
Después pensó en sí mismo: escuálido y con una barba que empezaba a tener mal aspecto. Estaba malnutrido, nervioso, y exhausto por tener que arrastrar su pesada armadura. Había adquirido todo esto por su ambición mental, y ahora comprendía que todo eso debía cambiar. La idea le inspiraba temor, pero luego pensó que ya lo había perdido todo, así que
¿qué más podía perder?.
- A partir de este momento, mis ambiciones vendrán del corazón - prometió el caballero.
Mientras pronunciaba estas palabras, el castillo y Merlín desaparecieron, y el caballero se encontró otra vez en el Sendero de la Verdad, con Rebeca y Ardilla. Junto al sendero se extendía un cabrilleante arroyo. Sediento, se arrodilló para beber de su agua y notó con sorpresa que la armadura que cubría sus brazos y piernas se había oxidado y caído. Su barba había crecido. Era evidente que el Castillo del Conocimiento, al igual que el Castillo del Silencio, había jugado con el tiempo.
El caballero reflexionó sobre este extraño fenómeno y no tardó en darse cuenta de que Merlín estaba en lo cierto. Decidió que era verdad, que el tiempo transcurría con rapidez cuando uno se escuchaba a sí mismo. Recordó cuántas veces el tiempo se había hecho eterno mientras él esperaba que otras personas lo llenaran.
Ahora que todo lo que quedaba de su armadura era el peto, el caballero se sintió más ligero y más joven de lo que se había sentido en años. También descubrió que no se había sentido tan bien consigo mismo desde hacía mucho tiempo. Con el paso firme de un muchacho, partió hacia el Castillo de la Voluntad y la Osadía con Rebeca volando sobre su cabeza y Ardilla corriendo a sus pies.