Desde hace ya más de veinte años, la lectura en voz alta en clase ha sido mi compañera y mi aliada en el comienzo de cada una de mis clases de lengua castellana y literatura. No cabe duda de que los comienzos no fueron nada fáciles. El profesor debía luchar contra la resistencia del alumnado y contra las dudas propias de alguien que comienza una actividad, que confía en que termine dando sus frutos, pero que tiene las vacilaciones lógicas frente a un público tan particular.
Fue muy importante que el profesor transmitiera la seguridad y la confianza en que era algo muy bueno para ellos, algo que, si está bien hecho, irradia serenidad e invita al auditorio a entrar en un estado de relajación que luego ayudará a dar la clase de lengua.
Yo estaba seguro de que ese momento era importante y, aunque a veces, el auditorio no lo ponía fácil, no podía cejar en el empeño. El alumnado estaba "leyendo" sin darse cuenta y eso era algo bueno en sí mismo, posiblemente más trascendente que cualquiera de los conocimientos lingüísticos o literarios que pudiera yo transmitirles durante la clase.
En algunas ocasiones, cuando me he encontrado con antiguos alumnos o alumnas, me han preguntado si sigo leyendo en clase y me confiesan que eso les hacía mucho bien, que nunca deje de hacerlo.
Es por eso por lo que empecé la tarea de hacer grabaciones de textos que me gustaban especialmente o que podían gustar a la gente. Los empecé a subir a la red y a colgarlos en mi blog de lengua. Estas grabaciones las utilizo en mis clases y sé de muchos colegas de colegios, institutos, facultades, españoles y extranjeros, y centros en los que se estudia español que me dicen que los usan en sus clases. La satisfacción es total.
El traer aquí esta reflexión está motivada por el hecho de que durante el último mes he estado leyendo en la clase de PMAR 3º del Ámbito Lingüístico y Social La estrategia del parásito, de César Mallorquí, una novela sobre la desprotección en la que está la humanidad cuando el mundo de la informática cae en las manos de los malos. Pues bien, no he visto nunca a un auditorio más entusiasmado y más atento a la lectura de las vicisitudes de Óscar y Judit. La apoteosis llegó al final del libro, cuando el alumnado pudo comprobar que, siguiendo las instrucciones que daba el autor en el epílogo podían entrar en la página en la que el amigo de los personajes, Mario, se hacía realidad en la pantalla del ordenador y del móvil.
Realmente ha sido un momento mágico que recompensa los esfuerzos y me reafirma en que el alumnado de PMAR está esperando que alguien encuentre su punto de interés para demostrar que la motivación es algo que les atañe también a ellos, por más que les cueste ponerla en evidencia.
Creo que puedo decir que me siento afortunado por haber vivido esta experiencia. Y evidentemente me anima a seguir por esta senda de la palabra hablada, modulada y matizada que es capaz de transmitir sensaciones y sentimientos.
Gracias, César, porque sabes contar para provocar emociones.